En la mitología vasca las lamias son seres acuáticos femeninos poseedores de una extraordinaria belleza, larga melena y pies de pato, que frecuentan los ríos y arroyos, y se pasan el tiempo desenredando sus cabellos con bellísimos peines de oro. También se las asocia con la construcción de ciertas construcciones megalíticas. Aunque mantuvieran relaciones sentimentales con seres humanos, e incluso tuvieran hijos con ellos, no podían casarse con ellos puesto que las lamias tenían prohibido el acceso al suelo sagrado, esto es, las iglesias. En la mitología asturiana y leonesa nos encontramos con genios que comparten algunas características similares, las xanas, al igual que en la mitología cántabra, con las anjanas.
En la siguiente leyenda vasca, nos encontramos con una historia de amor imposible entre una lamia y un hombre, que, a la vez que trágica, es un canto a la tolerancia y el respeto a las parejas afectivo-sexuales de todo tipo.
«Cuentan que en Orozko sucedió una vez que un joven pastor llamado Antxon escuchó un canto maravilloso mientras guiaba a sus ovejas por el bosque. Entre los matorrales, observó a la intérprete de aquella melodía nadando en un arroyo. Se trataba de una hermosa joven con el cabello dorado que le llegaba hasta los pies. Lo peinaba con esmero con un precioso peine de oro. Ella lo vio y jugó a esconderse bajo el agua para volver a emerger al poco tiempo, hasta que por fin le preguntó su nombre. Él la miraba extasiado.
—¿Cómo te llamas?
—Antxon.
—¿Te casarás conmigo, Antxon? —le preguntó extendiéndole un anillo de compromiso.
Tras varias horas juntos, Antxon regresó a su casa y le explicó a su madre aquel extraño encuentro. Su corazón latía con brío por aquella desconocida y ella parecía corresponderle.
—¿Le has visto los pies? —le preguntó su madre, que creía que su hijo había sido hechizado—. Vuelve donde ella y míraselos. Si son de pato, no es una mujer, es una lamia. Y los hombres no pueden casarse con lamias. Solo traerá desgracias a esta familia.
Antxon volvió al arroyo y descubrió que efectivamente su amada tenía los pies con forma de ánade. Regresó y se lo contó a su madre.
—¡No puedes casarte con ella! ¿Me entiendes? No volverás a verla jamás.
Antxon perdió las ganas de vivir ante tal impedimento y terminó muriendo de pena. La lamia acudió a su entierro y cubrió su féretro con una sábana de oro, pero no pudo entrar a la iglesia, porque Dios no tolera a los no bautizados. Y así, volvió al bosque y lloró tanto por su desgracia, ya que su amor era sincero, que en el lugar donde cayeron sus lágrimas brotó un manantial que aún existe y que recuerda a toda persona que lo ve que el amor no entiende de razas o barreras de cualquier tipo, y que aunque sea imposible, jamás desaparece.»
Esta bella leyenda de la mitología vasca habla de algo tan universal como el amor que une a dos personas, que nunca muere por mucho que la sociedad lo juzgue o impida que esas personas puedan desarrollar su relación en paz. Algo que por desgracia sigue ocurriendo en muchas sociedades del mundo.»
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