El secreto de los gentiles, o más en concreto, el secreto del fin de los gentiles, es uno de los mayores misterios que vertebran los relatos legendarios de la mitología vasca. Pocas narraciones son tan desconcertantes y extrañas como esta.
La escena que se cuenta es por lo menos inquietante. Un grupo de gentiles observan el firmamento atónitos por la presencia de una extraña nube (o de una brillante estrella según otras versiones) y acuden al gentil más anciano para que les ayude a buscar respuesta al origen de tal fenómeno. Este pide ayuda a sus congéneres para que le levanten los párpados sirviéndose de unas barras o palancas, lo cual parece evidenciar cierto ritual mágico o adivinatorio. Su conclusión es desconcertante: esa nube anuncia el fin de los gentiles, de su raza. Su extinción.
Los gentiles o jentilak son una raza de seres prehistóricos, corpulentos y de gran altura, que protagonizan muchos relatos de la mitología vasca y a quienes se les atribuye una gran fuerza y una personalidad en general simplona y hasta cierto punto ingenua. Se cree que son los responsables de la construcción de los dólmenes y demás monumentos megalíticos.
La leyenda popular del fin de los gentiles, que tiene varias versiones, es interpretada normalmente como el desembarco del cristianismo (Kixmi sería la manera de llamar a Jesucristo) y el fin del paganismo. Pero, ¿y si esta interpretación fuera errónea? ¿Y si detrás de la leyenda del fin de los gentiles se ocultara uno de los mayores secretos de la historia oculta de la humanidad? ¿Qué ocurrió realmente? ¿Qué fue esa nube? ¿Quiénes fueron los gentiles? ¿Por qué desaparecieron?
«Hace mucho mucho tiempo, cuando las palabras aún no se ponían por escrito, sucedió un hecho extraordinario que cambió para siempre la historia de los seres que habitaban la Tierra en aquel entones, los gentiles. Muy parecidos a los seres humanos, pero a la vez totalmente diferentes, su rastro comenzó a perderse en la niebla del tiempo tras aquel acontecimiento.
Aquella mañana amaneció soleada, con el cielo raso y limpio. La temperatura era fresca en lo alto de la montaña pero aun así, los tres gentiles habían madrugado para pastorear el ganado en las tupidas praderas de la cumbre. De repente, un inquietante silencio se apoderó de todo el paisaje y las aves cesaron su vuelo y se posaron sobre el suelo. Las ovejas permanecieron inmóviles como si detectaran la presencia del lobo por los alrededores. Hasta Txut, el perro, metió su cola entre las patas, presa de un irracional e inesperado temor.
Los tres gentiles se observaron los unos a los otros, incapaces de comprender lo que estaba sucediendo.
—¡Mirad, mirad allí! —gritó el más joven, mientras señalaba con su dedo a un punto del horizonte.
—¿Qué extraña nube es esa? —preguntó el mediano, aturdido por lo que sus ojos estaban observando. Una gigantesca nube brillante como el fuego se alzaba en la lejanía hacia el firmamento. Ninguno de los tres gentiles había visto jamás nada parecido.
—Consultemos al anciano, que él sabrá explicarnos qué está sucediendo.
Dicho y eso, los tres llamaron al viejo gentil del grupo y lo acompañaron hasta el filo de la cima, para que pudiera contemplar aquel extraño fenómeno.
—Abridme los ojos con las barras para que pueda ver —les pidió el anciano. Los tres le obedecieron y se ayudaron de las palancas de los ancestros para abrirle bien los párpados.
Al cabo de un rato, el viejo les dio la respuesta que buscaban.
—Corred, corred hijos míos y ocultaros donde podáis, pues ha llegado nuestro fin. La era de los gentiles termina hoy.
—¿Pero, qué estás diciendo? ¿Qué es esa horrible nube, anciano? —preguntó el más joven.
—Es Kixmi, el mono, y ha llegado para ocupar nuestro lugar. Tiradme por este barranco, pues no quiero vivir con él.
A pesar de su dolor, los tres gentiles cumplieron su orden e hicieron caer al anciano por el precipicio. A continuación, bajaron presurosos la montaña y corrieron y corrieron, haciendo caso a las palabras del viejo. Dos de ellos se escondieron bajo las piedras de un dolmen cercano y otro siguió corriendo hasta los confines del mundo. Jamás volvió nadie a verles.»
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