Primos hermanos de los gnomos, duendes y los trols de las culturas nórdicas e irlandesas, nos encontramos a los galtxagorri o galtzagorri. Son genios de tamaño minúsculo, con forma humana, cuya característica principal es que visten unos calzones o pantalones de color rojo, de ahí su nombre en euskera.
Son seres serviciales que viven en la etxea, la casa vasca, y obedecen gustosamente todas y cada una de las órdenes de su amo o ama, el morador de esa vivienda. Suelen vivir en un alfiletero, y siempre están prestos para escuchar los encargos de su dueño o dueña.
«Se dice que hubo una vez una familia de galtxagorris que quisieron ver mundo más allá de los muros de la casa en la que vivían con su dueña humana. Una mañana, cuando esta abrió el pequeño alfiletero donde los genios se escondían de los ojos de extraños y visitantes, se encontró con que esta estaba vacío. Preocupada, revolvió todo el caserío en busca de sus pequeños siervos, pues no podía permitirse perder ni un segundo en su rutina diaria con las labores del hogar y del caserío. Desconsolada al ver que no aparecían, se decidió a visitar a su vecino por si los había visto.
—Tus galtxagorri se han escapado —le dijo el hombre.
—¿Qué has hecho con ellos? —le preguntó ella sin creerle—. Te los has quedado para ti, ¿verdad?
—¡Pero qué dices! Jamás tendría esclavizados a unos galtxagorri como tú. Su naturaleza les obliga a servirte, pero también tienen conciencia y sufren. Son más obedientes y viven más felices si les pagas un sueldo o les das un regalo a cambio.
Enfuerecida, la mujer se alejó de vuelta al caserío y por el camino se encontró a la familia de los galtxagorris junto a un tronco hueco, sollozando.
—¿Qué es lo que pasa aquí? —les gritó ella—. Os ordeno que regreséis inmediatamente a la casa, hay que alimentar a las gallinas.
Los pequeños genios no se inmutaron, pero uno de ellos se le acercó con la cara desencajada por el dolor.
—Nuestro padre ha muerto de cansancio, estamos enterrándole en este tronco. Era ya muy mayor y no podía seguir el ritmo de tus mandatos. ¿Sabías que nosotros también envejecemos como vosotros los humanos? Eres una egoísta que solo mira por su bien. No volveremos jamás.
La mujer se estremeció al observar la desesperación en la mirada de aquel hombrecillo y se le rompió el corazón.
—Perdonadme, por favor. De ahora en adelante, si volvéis conmigo, os pagaré un sueldo y os dejaré libres el fin de semana.
Dicho y hecho, los galtxagorri volvieron con ella y enseguida se corrió la voz. A partir de aquel momento, todos los de su especie cobraron un salario y descansaron los sábados y domingos».
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